"CIMITERO DI COLON" (Ciudad Habana, Municipio Plaza, Vedado)

Con una historia que ha cumplido en el 2006 los 120 años de edad, la Necrópolis de Colón figura hoy como un símbolo imponente del encuentro de la Cuba actual con el silencio, en recuerdo a las generaciones que descansan en el camposanto habanero.
El también conocido como Cementerio de Cristóbal Colón tuvo su inicio en un proyecto del arquitecto de origen gallego Calixto Arellano de Loira y Cardoso, graduado de la Real Academia de Artes de San Fernando de Madrid, el cual curiosamente fue uno de los primeros cadáveres depositados en este cementerio.
El citado profesional presentó una propuesta ganadora en 1869 del concurso para el nuevo cementerio de la capital cubana, divulgada bajo el título de "La pálida muerte entra por igual en las cabañas de los pobres que en los palacios de los reyes".
Los primeros trabajos dedicados a la nueva área de descanso final para los fallecidos se iniciaron en octubre de 1871, y ya en ese propio siglo la fama de la Necrópolis de Colón recorrió el mundo entero a través de las guías turísticas de la época, encargadas de divulgar los sitios de mayor interés en la capital de la mayor de Las Antillas.
Verdadero monumento arquitectónico de la antigüedad, la Necrópolis de Colón cuenta además con el honor de ser el único cementerio americano dedicado al gran navegante, descubridor de la isla y de otros importantes destinos en el continente.
Precisamente, las rejas de hierro forjado del camposanto, encargadas de cerrar los vanos de la llamada Puerta de la Paz, recogen en tres C (CCC) ese homenaje a quien llamó a la isla "La tierra más hermosa que ojos humanos han visto".
El acceso más importante a la amplia explanada del silencio está en la majestuosa portada norte, donde se desarrolla el motivo escultórico del arco de triunfo, con una altura máxima de 22,5 metros.
Símbolos irrepetibles atraen a los visitantes al cementerio, caracterizados por antorchas invertidas que recuerdan el término de la existencia humana, acompañadas de ramas de laurel y de relojes de arena alados, los cuales marcan con el descenso de sus granos lo irreversible de la vida terrenal.
En épocas posteriores, y más exactamente en 1901, un conjunto escultórico -elaborado en Italia por el escultor cubano José Villalta Saavedra- completó la coronación del ático de la puerta norte, ejecutado en el mundialmente conocido mármol de Carrara.
La obra, titulada "Las Tres Virtudes Teologales" -Fé, Esperanza y Caridad- se vio acompañada en esa ocasión de una inscripción en latín (Janua Sum Pacis), la cual precisamente sirvió para otorgar a ese acceso la denominación de Puerta de la Paz.
La principal entrada al mundo de los no vivos se vio complementada en su decoración con dos medallones, alegóricos a "La crucifixión de Jesús" y "La resurrección de Lázaro", los cuales sirvieron de respaldo al papel jerárquico de esa entrada al camposanto habanero.
Hacia el interior del silencioso sitio, dos amplias avenidas -llamadas de norte a sur Cristóbal Colón y Obispo de Espada y de este a oeste Fray Jacinto- sirven de marcador principal para la división del cementerio en cuatro áreas, llamadas en sus inicios cuarteles.

Precisamente en esas zonas, hasta hoy en día llega el descanso de miles de cubanos, acogidos en el seno del cementerio bajo la tutela de los centenares de panteones o simplemente en la tierra que sirve de refugio a los cuerpos de los habitantes de esta isla cuando abandonan la vida.

Consagrados al heroísmo "Los Bomberos"
A la Memoria de los Bomberos

En horas de la noche del 17 de mayo de 1890, se desencadena un incendio en los almacenes de la ferretería "Los habaneros", perteneciente al comerciante español José Antonio de Isasi. Los bomberos, constituidos entonces en los cuerpos de Municipales y del Comercio, acuden al lugar seguidos de numerosos voluntarios al escuchar el tañido de las campanas de urgencia.
Como es costumbre en esa profesión, Juan J. de Musset, jefe de los bomberos del Comercio, indaga con los dueños de la ferretería sobre la existencia, en el local siniestrado, de explosivos u otras sustancias inflamables. La respuesta fue negativa.
Los bomberos, apoyando las escaleras junto a las ventanas, introducen por estas los pitones para atacar las llamas. Otros rompen las puertas y penetran valientemente en aquel infierno, para cortar la propagación del fuego hacia los edificios circundantes.
Cuando todo parecía que la contienda iba a decidirse a favor de los soldados de la humanidad, ocurrió la tremenda explosión que sepultó a un número considerable de bomberos, voluntarios y curiosos.
Se supo después que el dueño de la ferretería violó deliberadamente una disposición que prohibía almacenar explosivos dentro de la ciudad.
La noticia de estas muertes llenó de luto y consternación y escenificaron el sepelio más grande y concurrido de cuantos hubo hasta entonces en la Isla.
No conformes con el modesto panteón donde fueron inhumados los bomberos, el pueblo y las autoridades estuvieron de acuerdo en levantar una obra grandiosa para guardar definitivamente sus restos y recordar su abnegación y heroísmo.
La tarea recayó en los españoles Julio Martínez, arquitecto y Agustín Querol, escultor.
Fue inaugurado el 24 de julio de 1897, ante la presencia de unos 10 mil espectadores; cinco años después de haberse iniciado su construcción en Génova, Italia.
Como el de los estudiantes de medicina,   este   monumento acoge una serie de símbolos que hacen referencia al acontecimiento luctuoso. Las cadenas en forma de lágrimas representan el dolor del pueblo, los murciélagos sobre las verjas, son el símbolo de la muerte alevosa
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"La Milagrosa"

La Milagrosa

La Milagrosa
Así le llaman a una dama fallecida el 3 de mayo de 1901, a quien la mitología popular le confirió el don de solucionar los problemas terrenales, con los extrasensoriales influjos benefactores de su espíritu...
Esta historia comienza cuando Amelia Goyre de la Hoz, esposa del acaudalado hombre de negocios, Vicente Adot Rabell, fallece durante el alumbramiento.
La consternación del esposo fue tal, que perdió buena parte de la razón, y nunca mas volvió a contraer matrimonio.
Vestido de negro no faltaba ni un solo día al panteón de Amelia, donde "conversaba con ella". En su fantasía, la consideraba dormida y él era la única persona capaz de despertarla, al entrechocar con el mármol, las argollas de la tapa. Luego, al despedirse nunca le daba la espalda, lo cual fue convirtiéndose en un ritual que muchos observaban con curiosidad.
No se sabe como empezó a circular la leyenda de que Amelia fue enterrada con su hijo a los pies, y al ser exhumada, su cadáver estaba momificado con el niño en los brazos.
A reafirmar este mito pudo haber contribuido mucho, la colocación sobre la sepultura de una estatua muy hermosa, que Villalta de Saavedra esculpió valiéndose de una fotografía de la dama. El escultor conoció la triste muerte y a su manera idealizó a la muchacha con el pequeño.
La posterior prosperidad en los negocios de Vicente Adot, fue asociada por algunos con la influencia benefactora que su amada ejercía desde el otro mundo...
Un creciente e interminable peregrinar   comenzó   desde entonces a la tumba de Amelia y la leyenda de sus milagros fue trascendiendo de una generación a la otra.
Los creyentes acuden a la joven santificada en busca de bondad. Piden salud para los hijos y feliz parto para las embarazadas, mediación en los problemas del amor, la cura de los enfermos, la salvación de los que estuvieron en malos pasos con la justicia y la materialización de los mas disímiles deseos...

El monumento a los "Estudiantes de Medicina"
Esta obra se erigió para inmortalizar la memoria y reivindicar la inocencia de un grupo de jóvenes, estudiantes de la Escuela de Medicina, a quienes se les condenó a muerte bajo la falsa acusación de profanar la tumba de un periodista español que se hizo célebre por su virulenta enemistad con los criollos.
El 27 de noviembre de 1871, fueron fusilados donde se encontraba el Barracón de ingenieros a un costado de la antigua Cárcel de La Habana (Prado No. 1) y sus restos sepultados en absoluto secreto, en una fosa común en el cementerio de San Antonio el Chiquito.
Uno de sus compañeros sobrevivientes, el doctor Fermín Valdés Domínguez, los buscó incansablemente  durante  16 años hasta que sus esfuerzos fueron coronados por el éxito.
Desde las páginas del periódico "La Lucha", Valdés Domínguez convocó a la nobleza y solidaridad del pueblo para recaudar los fondos necesarios que permitieran construir una monumental  sepultura.   Se recaudaron 20 860 pesos oro y se encomendó su construcción a Villalta de Saavedra. Un año después, el 27 de noviembre de 1890, fue inaugurada, donde hoy se le puede contemplar en la Necrópolis de Colón.
La obra que enaltece a la inocencia, tiene una gran carga simbólica.   Representada la Justicia por una estatua femenina de semblante severo; no tiene la tradicional venda de imparcialidad y la balanza que sostiene está inclinada hacia un lado, el de los verdugos...

"La Piedad"

Una muestra de las obras es la réplica de La Piedad, del escultor florentino Miguel Ángel Buonaroti que se encuentra en el extremo derecho de la Plaza Cristóbal Colón, sobre el panteón de la familia Mendoza.
Los datos del autor  de esta excelente copia manufacturada en Italia a principios del presente siglo se perdió en los trajines comerciales de la empresa marmolista que cumplió el encargo.
Existe en la misma plaza pero en sentido diagonal opuesto, en el interior del hermoso panteón de mármol negro de la familia Aguilera, otra versión del mismo tema místico. Esta Piedad a relieve es una estilizada ejecución de la afamada escultora cubana Rita Longa.

Otros motivos funerarios

Existen dos esculturas yacentes, una en el mausoleo del Conde Rivero, tallada por el famoso escultor español Moisés de Huerta y la otra representa a Mrs. Jeannette Rydder, fundadora del Bando de Piedad de Cuba (sociedad protectora de animales).
A los pies del conjunto escultórico hay tallado un perrito que simboliza al más fiel amigo de Mrs. Rydder, el cual la acompañó durante días junto a la tumba, hasta que murió también.

En el panteón de la familia Zarraga hay un mural de mosaicos, replica realizada por el pintor Rene Portocarrero a uno similar de la Capilla Sixtina.

El panteón de los Falla Bonet, posee las obras realizadas por el escultor Mariana Benllouri, que representan la resurrección de Cristo y otros motives funerarios. Estas son las únicas esculturas en bronce del cementerio, trabajadas por el método de vaciado a la cera perdida, lo cual les confiere una particular fidelidad de los detalles. Mientras sus embalajes esperaban en Madrid para ser embarcados hacia Cuba, comenzó la Guerra Civil. Los combatientes usaron estos bloques de granito como barricadas frente a las balas. A consecuencia de ello, en varias partes se les pueden ver los impactos de proyectiles,  rellenados  con cemento.

Durante años, investigadores de la literatura cubana elucubraron la posible existencia real de una mulata de belleza incomparable, quien le sirvió de inspiración a Cirilo Villaverde para esbozar el personaje de Cecilia Valdés, en la novela homónima que a mediados del siglo pasado lo llevó a la fama.
La obra relata la historia del amor que le profesara la joven a una especie de "play boy" de la alta sociedad habanera de entonces, hijo de un rico comerciante. Como trasfondo de la trama   amorosa,  Villaverde refleja de manera descarnada la hipocresía social reinante y la brutalidad de la esclavitud y el racismo, bajo el cual sucumbe finalmente la pureza de sentimientos de los enamorados.
Hace algún tiempo, después de una denodada búsqueda que demoró largos años, un investigador del archivo de la necrópolis y un periodista, encontraron la perdida sepultura de Cecilia. Quedó probada así la existencia real del personaje principal de la novela cubana mas importante del último periodo de la Colonia.

La única batalla naval de la guerra Franco-Prusiana aconteció frente al litoral habanero, al coincidir casualmente en aguas del Caribe la cañonera Bouvet, de Francia y la Meteor, prusiana. Los capitanes de ambos buques acordaron enfrentarse a duelo, mientras las autoridades españolas, asistirían como espectadoras a bordo del Hernán Cortes. Las dos embarcaciones se infligieron serios daños con sus cañones. Tres muertos le costó a los germanos, las bajas de los Franceses se desconocen, pues se negaron a recibir ayuda y se alejaron mar afuera. Hoy se puede contemplar en la Necrópolis de Colón, el obelisco que guarda los restos de los alemanes.

Uno de los epitafios mas hermosos de la Necrópolis esta escrito sobre la tumba de dos seres buenos que se profesaban un amor, que trascendió mas allá de la muerte. Dice así:
"Bondadoso caminante, abstrae tu mente del ingrato mundo unos momentos, y dedica un pensamiento de amor y paz a estos dos seres a quienes el destino troncho su felicidad terrenal y cuyos restos mortales reposan para siempre en esta sepultura, cumpliendo un sagrado juramento te damos las gracias desde lo eterno:
"Margarita y Modesto".
Cuentan los sepultureros mas viejos, que Margarita fue la primera en morir. Modesto, durante años iba día tras día, vestido con elegante traje negro, para dedicarle a su amada un concierto de violín que duraba horas y horas, tal parecía que la música del instrumento, sino del corazón mismo del anciano...

Hay una jardinera muy curiosa sobre el panteón de la familia de Hubert de Blanck. Tiene forma de ficha de domino, un doble tres, que una señora fanática de ese juego no pudo colocar en una data. El disgusto de haber perdido la mató, y como original tributo sus deudos le consagraron la enorme pieza de mármol.
Otra pieza, pero de ajedrez, un Rey de mas de un metro de alto, señala el lugar donde reposa José Raúl Capablanca, el exmonarca del ajedrez.
El único cubano enterrado de pie fue Casimiro Eugenio Rodríguez Carta; no se sabe si por motivos de algún peculiar culto religioso o por un afán expreso de contradicción necrológica...

Dos bellas obras escultóricas, comprendidas entre las más antiguas que se pueden ver hoy en la Necrópolis de Colón, se encuentran en el panteón de la familia Fesser. Se trata de las tapas, talladas con motivos religiosos, de los nichos donde Fesser y su esposa descansaban en el Cementerio de Espada. Demolido por la necesidad de espacio que requería la ciudad en su crecimiento hacia el oeste, buena parte de los restos fueron reubicados en el de Colón, hacia finales del siglo pasado.

Curiosa es la relación de contrastes que se establece entre la intersección de las calles 23 y 12, una de las más bulliciosas arterias de la ciudad de La Habana, y el silencioso recogimiento que existe a poco más de un centenar de metros de allí, donde abre su imponente portada la Necrópolis Cristóbal Colón.
En los 560 mil m2 que tiene de superficie hay una exclusiva variedad de exponentes escultóricos y arquitectónicos erigidos durante más de un siglo, con una asombrosa diversidad de estilos.
Considerado por su extensión como el mayor del mundo; en el cementerio de Colón encontramos la evocación del esplendor románico-bizantino, la magnificencia de columnas y capiteles del griego; la robusta solidez e intimidad de las pirámides y la beligerancia hermética de los castillos medievales.
Compiten con el ornamentalismo del gótico la confusión de formas del eclecticismo, la naturalidad del neoclásico y la estilización del modernismo, todo en una abrumadora anarquía donde las fastuosas imágenes labradas en los ricos mármoles de Carrara, le ceden espacio al humilde epitafio manuscrito hecho por algún inconsolable doliente sobre un pedazo de losa cualquiera.
Algunos investigadores afirman que en este singular museo a cielo abierto se guardan riquezas que rondan los mil millones de dólares en su cotización actual, pero ya sean unas u otras las referencias valorativas, deberán estar muy por encima de la neta apreciación material de sus mármoles, herrerías y cristales policromados. El profundo contenido histórico, social y cultural que sus obras encierran, hacen imposible cualquier intento de ponerles precio.
Declarado Monumento Nacional, con todas las ventajas que tal condición representa en el fomento de los trabajos de preservación y estudio, la Necrópolis Cristóbal Colón se beneficia con una política de permanente investigación de sus valores, que ha dado lugar al descubrimiento de apasionantes eslabones de nuestra historia que se creían perdidos.

Historia de la primera necrópolis (Cementerio de Espada)
En Cuba, desde los inicios de la Colonización española, se siguió la costumbre enraizada en el viejo continente de enterrar en las iglesias.
Para ese menester los templos ofertaban el servicio en una decena de tramos tarifados. El más próximo al altar era el más caro, privilegio sólo para difuntos de alcurnia y próspera fortuna.
Durante muchos años esta práctica funeraria resquebrajó las condiciones higiénicas y ambientales de las iglesias, pero hasta finales del siglo XVIII las autoridades no se pronunciaron a favor de solucionar el problema.
Fue el Obispo don Juan de Espada y Landa, el más entusiasta promotor de la construcción de un cementerio a cielo abierto, pues esto ya se venía haciendo en la propia metrópoli por Decreto real y en otros países europeos con ideas progresistas en ese sentido.
El 2 de febrero de 1806, se inaugura con gran pompa el llamado Cementerio General de La Habana, a una milla de distancia, al oeste de la ciudad. En reconocimiento a la gestión del Obispo en la ejecución de la obra, el pueblo lo bautizó como el cementerio de Espada.
Sin embargo, un detalle se les escapó a los autores del proyecto; olvidaron que las ciudades y su población crecen por ley natural del desarrollo y las 4 600 sepulturas previstas inicialmente fueron insuficientes al cabo de cuarenta años, cuando los libros recogían la cifra de 151 896 enterramientos.
Perentoriamente el gobierno ordenó levantar paredones con nichos, que prolongaron sus servicios una treintena de años más.
Hacia 1854 algunos hombres públicos comienzan a plantear la idea de construir una segunda necrópolis, más grande y mejor dotada, debido al evidente estado de decrepitud del abarrotado cementerio de Espada.
En 1868, la Gaceta Oficial disponía la apertura del llamado cementerio de San Antonio el Chiquito. Según consta en los registros, una mujer negra y una blanca tuvieron el triste privilegio de compartir el estreno del camposanto, el lunes 9 de noviembre de 1868.
Con el tiempo este sería el protocementerio que se convertiría en la Necrópolis de Colón, al destinarse sus terrenos para la construcción de la misma.

HISTORIA DEL CEMENTERIO DE COLON

El 1ro. de diciembre de 1868, la junta constituida para dirigir todo lo relacionado con la construcción de la nueva necrópolis, convocó a los arquitectos interesados para que presentaran sus proyectos.
El jurado fue integrado por prestigiosos ingenieros, entre quienes sobresalía el renombrado don Francisco de Albear, constructor del primer acueducto de La Habana, tan magistralmente concebido, que todavía hoy, a más de un siglo, sigue abasteciendo de agua a las dos terceras partes de la capital cubana. En sobres cerrados, identificados por un lema, fueron presentadas siete ideas constructivas. La escogida iba encabezada por la frase en latín: PALLIDA MORS AEQUO PULSAT PA­DE TABERNAS PAPERUM REGNUM QUE TURRES (La pálida muerte entra por igual en las cabañas que en los palacios de los reyes).
Abierto el pliego favorecido, resultó pertenecer al joven arquitecto español, Calixto de Loira y Cardoso, quien recibió como premio dos mil escudos y el nombramiento como director principal de las obras.
Escogió el estilo románico-bizantino por ser el más apropiado, desde su punto de vista, para un proyecto de naturaleza esencialmente  católico,  de carácter severo, que exigía sencillez en el decorado y sólidos en las formas.
Hizo su diseño siguiendo una costumbre establecida desde los tiempos del Papa Gregorio, quo dividía las plantas cementeriales en cinco cruces, delimitando rigurosamente el rango y categoría social de los cadáveres inhumados.
"A todos su lugar..." decían las memorias descriptivas del arquitecto español, distribuyendo las sepulturas en recintos sacerdotales, castrenses, cofradías, potentados, proletarios, párvulos, epidemiados, condenados a muerte y paganos.
En las primeras horas de la mañana del lunes 30 de octubre de 1871, se colocó la primera piedra de la portada principal, con una imponente ceremonia, que un torrencial aguacero se empeñó en deslucir.
Para perpetuar el trascendental momento, se introdujo en un hueco abierto en la piedra, una caja de caoba reforzada con otra de plomo, que contenía los ejemplares de la prensa del día anterior, una gula de forasteros, un calendario del año 1871, varias monedas de oro y plata y una copia del acta de la ceremonia.
El Gobernador eclesiástico Benigno Merino y Mondi, bendijo la piedra y el terreno.
Con varios golpes de martillo, el Mariscal de Campo don Romualdo Crespo, ajustó el bloque en su sitio, dejando así solemnemente inauguradas las obras.
Por mandato de Fray Jacinto Martínez, Obispo de La Habana el 25 de noviembre de ese año, quedó establecido oficialmente, que la necrópolis se llamase Cristóbal Colón.

Quince años después
Tres lustros transcurrieron desde la colocación de la primera piedra, hasta la terminación oficial de las obras del Cementerio de Colón a finales de 1886.
Diversas fueron las irregularidades que produjeron tan considerable atraso. Los primeros lotes debieron ser entregados a mediados de 1874, pero la construcción se paralizó al año de haberse comenzado y no se reanudó hasta junio de 1877.
La suma total del costo de las obras ascendió a $606 727,93 pesos oro según consta en documentos consultados.
A pesar de los cambios y atrasos, el diseño original fue respetado en lo fundamental. Sólo a principios de la segunda década del siglo XX, se le hizo en la porción Este, una ampliación de 55 mil m2 dedicados a inhumaciones temporales en tierra y depósito de restos (osario); por lo demás, la necrópolis queda descrita en planta de la manera siguiente (Ver Planta General del Cementerio)

Partiendo del centro de su frente principal, existe una calzada o avenida que va de Norte a Sur y se corta con otra perpendicular en su centro, que va de Este a Oeste, formando la Cruz Central.

A uno y otro lado de ambas calzadas se han proyectado los cuadros denominados: Zona de Monumentos de Primera Categoría, Segunda y Tercera, los brazos de esta cruz dividen la superficie cementerial en cuatro espacios que se denominan Cuarteles y se designan, por su orientación, en Noroeste, Sur-este y Sur-oeste. Estos cuarteles, a su vez, se dividen por cuatro cruces en cuyos contornos existen los cuadros llamados Cruces de Segundo Orden.
Los espacios comprendidos entre los brazos de estas últimas cruces se dividen también en cuatro cuadros cada uno, denominados Campo Común.
La portada principal o Norte, se encuentra situada al centro de ese lado. Existen otras portadas en sus lados, Sur con portón y Este y Oeste con rejas.
A la derecha e izquierda de la portada principal Norte y la del Sur, hay dos cuerpos de edificios destinados a oficinas y otros servicios.
La plaza, situada en la calle central, entre la portada Norte y la capilla, fue proyectada con el propósito de erigir en dicho sitio, el monumento a Cristóbal Colón. La idea se desechó posteriormente, levantándose el monumento en la Catedral de La Habana, el cual, al cesar la dominación española en Cuba, fue trasladado junto con los restos de Colón a la península ibérica.
En la plaza situada en la propia calle central, entre la capilla y la parte Sur, se encuentra emplazado el monumento donde está inhumado el Obispo Juan José Díaz de Espada, patrocinador de la construcción del primer cementerio capitalino. Es la tumba, además, de los obispos y arzobispos que mueran o sean inhumados en la capital cubana.
A las avenidas se les distingue con los nombres de Cristóbal Colón, de la puerta principal Norte hasta la capilla; a continuación de esta, hasta la puerta Sur, se le denomina Obispo Espada.
El cementerio de Este a Oeste, es atravesado por la avenida Fray Jacinto, quien fuera Obispo de La Habana cuando se terminó la necrópolis. En el resto del cementerio se han rotulado las calles con letras desde la A hasta la N, que corren de Norte a Sur y con números impares del 1 al 17 que corren desde la avenida central hasta la cerca Oeste y de los números pares del 2 al 18 que corren desde la mencionada vía hasta la cerca Este.
Se considera a la Necrópolis Cristóbal Colón, como un cementerio arquitectónico monumental, por las normas estatales que rigen las actividades necrológicas.

Construcción del cementerio. "La Galena de Tobías"

Dentro del cementerio de Colón la primera construcción que aceleradamente se acometió, fue la Galena de Tobías, extensa catacumba que debía dar cabida a los difuntos, para quienes no daba abasto el cementerio de Espada.
Con 95 metros de extensión, fue proyectada para 526 nichos superpuestos en hileras de a tres; con dos metros de profundidad, 80 cm de alto y 67 cm de ancho, todos con un remoto semicircular.
La construcción, de mampostería y ladrillos, está cubierta por una bóveda donde se abren seis lucernarios para la ventilación y la luz.
El nombre con que se le bautizó fue en honor de quien diera ejemplo de misericordia y piedad, según cuenta la historia sagrada. Tobías, perteneciente a la tribu Neftalí, vivió en el siglo VII A.C. y durante su larga vida, se dedicó a hacer obras de caridad, preferentemente la de cargar y enterrar a los muertos sin temor, ni a las epidemias.
Varios meses laboró intensamente Calixto de Loira al frente de las obras de la Galera, que tuvo un costo total de 46 mil pesos oro.
Poco después, resentida su salud por los excesos en el trabajo, aunque sólo contaba con 32 años de edad, la Parca le expidió el pasaporte hacia la eternidad el 29 de septiembre de 1872. Su cuerpo fue el primero que ocupó un lugar en los nichos, aunque faltaban todavía dos años para la terminación de la Galera, en el 263, de la hilera tercera, primero entrando por la puerta del Este a la derecha.
Pero ahí no terminan los azares del destino. Quien sustituyera a De Loira como Director Facultativo, don Francisco de Azúa, no le sobrevivió mucho tiempo. Su entierro fue dispuesto, justo al otro extremo de donde fuera sepultado su antecesor.

La portada, la capilla y otros conjuntos monumentales.

Junto con la Galera de Tobías, de la cual ya hicimos referencia, existen otras dos obras proyectadas por Calixto de Loira, concluidas después de su muerte. Se trata de la portada principal y la capilla.
Entrada PrincipalLa portada, construida toda de cantería, se inspira en el estilo románico-bizantino preponderante en las obras necrológicas hechas por De Loira. Combina en su estructura ciertos aires de fortaleza y templo, con el propósito de preparar al visitante para el respeto y recogimiento propios de todo recinto sagrado.
Mide 34.40 m de largo. Su espesor es de 2.50 m. La altura total, incluyendo las esculturas que la coronan, es de 21.66 m
El grupo escultórico de la cima fue tallado por el cubano José Villalta de Saavedra, autor también de otras importantes obras de la necrópolis, según veremos mas adelante. Representan la Fé, la Esperanza y la Caridad donde una inscripción en latín proclama: "JANUA SUM PACIS" (Soy la puerta de la paz).


La Capilla del Cementerio de ColónLa capilla es la única que existe en Cuba con forma octogonal. Esta compuesta por tres cuerpos concéntricos dispuestos en 263 m2 de superficie. Su altura máxima desde el pavimento hasta la cúpula es de 28 m. Unas 700 personas pueden asistir simultáneamente a las ceremonias religiosas.
En la pared del altar esta pintada una alegoría sobre el Juicio Final, del maestro José Melero, primer director de la más antigua academia de artes plásticas de la Isla. La inauguración de la capilla fue el 2 de julio de 1886. 

Evolución dentro del cementerio

Vendidas las parcelas de terrenos a los más encumbrados personajes de la sociedad habanera, cada cual hizo lo que pudo para mantener su distancia y categoría, burlando la ineludible democracia de la muerte que a todos reduce, ricos y pobres, a la condición de tristes osamentas.
Con ímpetus faraónicos proliferaron en ambos lados de las avenidas centrales, panteones y mausoleos que no escatimaban el derroche ornamental en piedra y caros mármoles importados de las prestigiosas canteras de Europa.
Una curiosa emulación de egolatría funeraria se inició entre los potentados que trataban de superarse copiando diseños y estilos, seguidos de cerca por los adinerados de más modesta fortuna, que no limitaban los desembolsos con tal de trascender en el pináculo del "Más allá".
Proliferaron así toda suerte de símbolos de la imaginería funeraria, con variaciones sobre los temas que llegaron a ponerse de moda. Se generalizan las pirámides y columnas truncadas, cubiertas de enlutados sudarios, coronas y jarrones,  querubines plañideros, madonnas suplicantes o condolidas y meditabundas, cristos mortificados y ángeles misericordiosos que concedían la absolución, afirmando con sus índices levantados, que el camino al cielo estaba expedito.
Muchas de estas obras fueron salvadas de la generalización vulgar por la notable ejecución de sus anónimos escultores vinculados a importantes firmas europeas, principalmente de Italia y España, dedicadas al comercio escultórico por encargo.

 



 

La ceremonia fúnebre de los Abakuá
Perdidos en la noche de los tiempos están los ritos primigenios que dieron origen a la Secta Secreta de los Abakuá.
Sus cultos llegaron a Cuba en la memoria de los esclavos carabalíes capturados o comprados por los traficantes en las costas de Nigeria.
En el poblado de Regla, frente a la bahía habanera, se asegura que fue fundada en el año 1836, la primera sociedad secreta. Sus miembros recibieron el nombre de ñáñigos y el propósito inicial que perseguían era la unidad para poder sobrevivir y defenderse de la sociedad que los oprimía.
Sus cultos son de una alta emotividad psíquica. Cuando el hombre es iniciado en sus misterios, se afirma que es admitido en vida dentro de la sociedad de los muertos. Vivirá identificado con la muerte y los espíritus lo reconocerán como uno de ellos.
Cuando un ñáñigo muere, su espíritu se reúne en el mas allá con los místicos antepasados y hermanos de religión, que forman una casta espectral privilegiada...
Entre los presupuestos que sustentan a la sociedad, esta la exclusividad masculina de la membresía, regidos por una compleja organización jerárquica de dignatarios y asistentes. Todo giro alrededor de un ritual que es celosamente guardado y que el iniciado jura defender con la vida.
Siete son los mandamientos que debe cumplir el ñáñigo, muy parecidos en su esencia a los de la masonería, el fundamental de ellos obliga a prestarse ayuda mutua en todo momento, enaltecer la hombría, ser valientes...
La muerte de un ñáñigo da lugar a la celebración de una impresionante ceremonia llamada N'lloro (el llanto o llorao).
En el templo secreto se hacen al difunto los mismos ritos de cuando fue iniciado, pero activamente por la prosperidad de su pueblo, y ñáñigos pueden ser lo mismo negros que blancos a la inversa. Las flechas que se le dibujan en el cuerpo con las puntas hacia abajo para indicar su pertenencia a la tierra, ahora se les pintan dirigidas al cielo, indicando la partida.
Los tambores rituales son tañidos y golpeados arrancándoles quejidos y lamentos. A coro, los "ecobios" cantan y recitan oraciones dirigidas al espíritu del difunto para convencerlo de que todo intento de regresar es en vano. Se protegen así del retorno indeseable de las almas en pena.
Al bajar el féretro a su ultima morada, le dejan caer encima aguardiente y todas las ofrendas del culto, para que su viaje a la eternidad le sea propicio. Cantan el ultimo responso: "Dios te echo al mundo, fuiste jurado y profesado y Dios y nosotros juramos por tu eterno descanso". Al cerrarse la tapa de la bóveda, todos se retiran sin volver las espaldas.
La sociedad Secreta Abakuá es un fenómeno cultural y religioso único en Cuba, sin precedentes en otros países de América. Hoy sus miembros trabajan activamente por la prosperidad de su pueblo y los ñáñigos pueden ser lo mismo blanco que negros.
En la Necrópolis de Colón existen dos panteones pertenecientes a las sociedades Abakuá Ekeregua Momi y Usagare Mutanga Efo.